Fue un jugador exquisito, un técnico capaz, un hombre sensible y solidario. Siempre lo recordaba sufriendo y dando indicaciones desde el banco de la Selección Argentina en el emocionante Mundial de Brasil 2014.
Pero una tarde esa imagen cambió. Antes de la caminata habitual, Mariela y yo invitamos a nuestro hijo. “Vamos hasta la estación de trenes” fue la excusa para entusiasmar a Alejo. Fuimos por calle 1 hasta el viejo puente peatonal de hierro y regresamos atravesando el barrio de Tolosa.
En calle 4, una cerca de madera dejaba ver una casa alta y un patio con enredadera. Adentro, Alejandro Sabella miraba un juego de llaves en su mano.
Seguimos caminando y Alejo gritó “¡Chau Alejandro!” con futbolera admiración.
Cuando llegamos a la esquina escuchamos detenerse un bonito citroen negro. Podría haber seguido, un saludo desde su ventanilla nos hubiera halagado y sorprendido. Sin embargo, Alejandro Sabella se bajó del auto y vino a saludarnos.
Hacía poco había salido de su primera internación. “Estoy mejor” nos dijo, pero puso toda su atención en saludar a nuestro hijo y acariciarle la cabeza.
“Me saludó el mejor DT de Argentina” nos decía Alejo todavía sin creerlo. Volvíamos felices porque habíamos conocido a un hombre sencillo, campeón de la humildad.
Fueron unos segundos, sin celular, sin foto, nos dimos cuenta después. Fueron unos segundos que quedaron flotando entre la sorpresa y la emoción.
“No se me borra la sonrisa” nos dijo Alejo mientras regresábamos a casa con un nuevo y querido tesoro. Simplemente, la amabilidad de un vecino, la caricia de un “Señor”.
Siempre volvemos en nuestras caminatas a la esquina de calle 4. Siempre agradecidos tendremos un “¡Chau Alejandro!” en nuestro corazón.