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Los cuentos de Don Julián

«¡Fríos eran los de antes, cuando se juntaba una helada con la otra!» Dichos y exageraciones así son comunes en la tradición oral de nuestra zona. Muchos tienen origen en la imaginación de Julián Arcocha y reflejan la picardía del hombre de campo. Aquí presentamos una recopilación de sus anécdotas.

Los cuentos del abuelo. Obra de Florencio Molina Campos.

Los cuentos de Julián Arcocha son relatados desde hace cien años en Roque Pérez y la zona. Yo los conocí desde muy chico de boca de mi abuelo Enrique Villa, de mi papá Luis Murga y de mis tíos Ernesto y Juan Murga. Siempre me sorprendieron esas pequeñas historias. Muchas están hechas de exageraciones. Son anécdotas o sucedidos que hasta entran en el terreno de lo fantástico. A su modo son poéticas, disparatadas e ingenuas. Y todas necesitan de la complicidad del que escucha.

Heladas eran las de antes. “Contaba Julián Arcocha que un día de invierno estaba asando un costillar. Era media mañana, pero todavía duraba la helada. Cuando la leña estuvo bien encendida fue arrimando las brasas con una ramita blanca y fría que agarró del suelo. Dejó la rama cerca del asador y se puso a tomar unos amargos. Al ratito vio que la ramita se empezó a torcer: Era una viborita que se derritió y se fue». (Narrado por Enrique Villa. Recopiló Walter Murga).


Las historias y dichos de Arcocha se hicieron famosas y fueron pasando de boca en boca. Algunos sostienen que el hombre se enojaba si alguien amagaba a discutirle la veracidad de aquellas historias. La cuestión es que aquellas exageraciones trascendieron a su autor. En las reuniones familiares en el campo, entre mate y mate, o entre vino y empanadas, alguien contaba un cuento o un dicho de Don Julián. Y casi siempre saltaba alguien más con una historia de la misma flor.

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Obra de Florencio Molina Campos. https://www.facebook.com/molinacamposoficial

«Un día que Julián arriaba la tropilla para el sur, se vino una tormenta muy brava. La tropilla encaró con muchos nervios. En eso vino el chiflete como un tirabuzón y se la llevó para arriba, al cielo. Al tiempo se descolgó una gran lluvia y serenamente comenzó a llover potrillos». (Narrado por Héctor Bonino. Recopiló Graciela Sáez).

Obra de Florencio Molina Campos.

«Un buen día Julián Arcocha decidió hacer un viaje a Saladillo para hacer unas compras. Agarró su caballo y lo ató al sulky, mientras tanto prendió un cigarrillo, se despidió de su mujer y tomó el rumbo deseado. Cuando terminó de fumar, tiró el pucho y recién ahí se dio cuenta que se había pasado. Estaba en Azul». (Narrado por Héctor Bonino. Recopiló Graciela Sáez).

«Contaba Don Julián que era muy buen cazador. Sabía bajar varios patos de un tiro. Le apuntaba al primero y al momento de tirar movía el caño hacia el resto de la bandada. Pero si los patos andaban nadando en la laguna no hacía falta la escopeta. Se metía bajo el agua con un piolín y sin que los patos se dieran cuenta, uno a uno, les iba atando las patitas. Después salía del agua, tiraba del piolín y recogía todos los patos. Una vez ató tantos que se tuvo que atar a un alambrado para que no se lo llevaran por el aire». (Narrado por Luis Murga. Recopiló Walter Murga).

Una lejana tarde a fines de los años 90, charlando sobre las historias de nuestro pueblo, Niní Galán me contó que en una revista de historia habían sido publicados algunos cuentos de Arcocha. Respondiendo a mi sorpresa, Niní revolvió en un canasto y encontró la revista. Y allí estaban los cuentos. ¡Algunos de esos añosos cuentos ya estaban contados! Pero faltaban otros que yo conocía por transmisión familiar.

Tapa de La Guía de Roque Pérez, edición N° 23 de 2001

Entonces puse manos a la obra: Transcribí los que ya sabía, dialogué con Heberto Villa (hermano de mi abuelo Enrique), Antonio P. Gatti y Tomasa Lusardo que me contaron otros y sumé los relatados en la revista de historia. El trabajo se publicó en La Guía de Roque Pérez de julio de 2001.

«Un vasco le decía a otro: En España los zapallos son tan grandes que los cocinamos en una olla de dos metros. Y Arcocha retrucó: Allá en la quinta de mi chacra, una chancha tuvo doce lechones adentro de la cáscara de un zapallo. Y cuando hacemos un puchero en la olla grande, lo espumamos en bote». (Narrado por Heberto Villa. Recopiló Walter Murga).

Ahora bien, cuál es la historia de la revista que publicó los cuentos. En el año 1990 la Municipalidad de Roque Pérez organizó un taller de historia local coordinado por la profesora Graciela Sáez. El taller fue integrado por más de treinta personas de nuestra ciudad y se dedicó a recabar información, fotos y objetos del Roque Pérez de los años 1880 hasta 1930.

«Contaba Arcocha que una mañana tomó el tren hacia Salvador María. Iba mirando por la ventanilla y vio ahí nomás en una loma dos cabritos aguerridos que estaban dele toparse y toparse. Llegó a destino y se olvidó del asunto. A la tarde, tomó el tren y regresó a Roque Pérez. Cuando pasó por la loma se acordó de los cabritos pero ya no estaban. Y de pronto vio dos cosas dele chocarse en el aire. Los cabritos se habían gastado pero los rabitos se seguían topando». (Narrado por Enrique Villa. Recopiló Walter Murga).

El Taller de Historia Local investigó la vida cotidiana en el pueblo y en el campo: Las diversiones, los juegos infantiles, los bailes, los carnavales, las bodas, las lecturas, la música, el teatro, los comienzos del cine, el deporte, etc. Y así los integrantes del taller que investigaban y tomaban testimonios sobre aquellas épocas empezaron a referir que en las entrevistas que realizaban a los pobladores surgían los cuentos de Arcocha. Entonces se eligió a Héctor Bonino como informante para registrar estas anécdotas de Don Julián. Finalmente Graciela Sáez los recopiló y editó en la Revista de Historia Bonaerense que edita el Instituto Histórico de Morón.

«Fueron varios a cazar peludos. Cuando llegaron al lugar, los peludos disparaban y se metían en las cuevas. Déjeme a mí, dijo Julián. Se sacó la faja y con una punta sujeta a su mano se metió en la cueva. Al instante salió con un montón de peludos atados a la faja». (Narrado por Héctor Bonino. Recopiló Graciela Sáez).

«Un día, contaba Arcocha, ensilló el caballo junto al alambrado, montó y salió al galope para el campo. Casi había hecho una legua cuando se dio cuenta que había apretado el alambrado con la cincha y se lo había llevado a la rastra». (Narrado por Antonio Gatti. Recopiló Walter Murga).

En la nota mencionada Graciela Sáez resume los datos que se reunieron en aquel taller: «Estos cuentos recorren la zona de Roque Pérez desde 1920 aproximadamente y se atribuyen a Julián Arcocha, instalado en estos parajes por aquellos años (por el paraje de Los Médanos) que era proveniente de los suburbios de la capital, tal vez de Lanús. Cuentan los que lo conocieron que en las tardecitas lluviosas se reunía la familia en la cocina del rancho (tuvo tres hijos: Floro, Nicanor y Enrique) y entonces comenzaban los cuentos».

«Pasó un viento fuerte por el campo, contó Arcocha: Tan fuerte que arrancó la bomba de agua con caño y todo». (Narrado por Juan Murga. Recopiló Walter Murga).

«Una vez Don Julián estaba alambrando el campo. Hizo un pozo, hizo dos, y continuó hasta que la pala golpeó en algo duro. Apartó la tierra y vio algo que brillaba. Era el reloj que había perdido hacía diez años. Cuando limpió el vidrio descubrió que todavía estaba en marcha». (Narrado por Heberto Villa. Recopiló Walter Murga).

«Los cuentos populares se van transformando a lo largo del tiempo, por su misma condición de ser transmitidos oralmente, pero conservan sus contenidos esenciales, y de alguna manera deben ser respetados porque no son patrimonio de una persona sino de la memoria colectiva» escribe Sáez.

«El hombre salió con arreo para la frontera. Llevaba muchos caballos, la tropilla entera y un perrito que los seguía. Cuando iban lejos el perro vio una cueva de peludos y el hombre le dijo: – ¡Quedate ahí! El perro se quedó mirando la cueva y el hombre dijo: Así no nos va a seguir más. Continuaron y no supieron más del perrito. Tardaron mucho en volver y al pasar por el lugar estaba la cueva del peludo y donde le dijeron que se quedara estaban los huesitos del perro.» (Narrado por Héctor Bonino. Recopiló Graciela Sáez).

«Una mañanita fría – contaba Arcocha- traía de tiro al potrillo de la alazana y me estaba haciendo llegar tarde. Entonces lo até a una planta y apuré el paso. Cuando volví al tiempo, solo encontré una planta grande. Ya me iba cuando sentí un relincho, miré para arriba y ahí estaba el potrillo parado en un rama y atado a un tronco». (Narrado por Héctor Bonino. Recopiló Graciela Sáez).

«Dentro de la vasta tradición folklórica de nuestro país, los cuentos y relatos constituyen un verdadero tesoro. Se puede definir el cuento folklórico o popular como una obra anónima, de extensión relativamente breve, que narra sucesos ficticios y vive en variantes de tradición oral. En los pueblos y zonas rurales de la provincia de Buenos Aires existe una enorme cantidad de narraciones generalmente vinculadas a la vida de campo y su entorno. Desgraciadamente la tradición del cuento popular – explica la historiadora Sáez – se va perdiendo, porque también van desapareciendo los narradores que son los transmisores y recreadores de estos relatos».

«Contaba Don Julián que tenía buenas y grandes verduras en su quinta. Por ejemplo, a la sombra de un repollo se echaba a descansar toda la majada». (Narrado por Antonio Gatti. Recopiló Walter Murga).

«Todo crecía grande en la quinta de Arcocha. Una vuelta a Don Julián se le había perdido una chancha y no la podía encontrar. Finalmente la halló escondida atrás de una sandía». (Narrado por Tomasa Lusardo de Negro. Recopiló Walter Murga).

«Charlando con un amigo, Don Julián le comentaba: Tengo mucho sueño, anoche no pude pegar un ojo. – Qué te pasó, le preguntó curioso el amigo. – Y hace tres días sembré maíz y era tanto el ruido de chala que hacía al crecer, que me levanté y estaba a tres metros de altura». (Narrado por Héctor Bonino. Recopiló Graciela Sáez).

«Existen varias especies de cuentos: La leyenda, el cuento humorístico, la anécdota, el «caso», o «sucedido», la tradición -explicaba Sáez-. En ellas se mezclan los hombres, los animales y los elementos mágicos».

«Julián tenía una quinta y un patio con muchas plantas. A la noche se fueron todos a dormir y se empezó a sentir un ruido muy fuerte que venía de la quinta. Cuando se despertaron, de las verduras no había quedado nada. Sólo se veían los tronquitos pelados. Habían sido las hormigas. Enojado por el desastre, Don Julián empezó a buscarlas hasta que encontró el caminito. Empezó a seguirlo para encontrar el hormiguero y terminar con las desgraciadas. El camino era muy largo y enfilaba para el sur. Entonces agarró el apero, ensilló el caballo, juntó a los perros y empezó a rastrear. Así llegó a Lobos, y viró hacia el este hasta que llegó al Río de la Plata. El camino de las hormigas que se había hecho más ancho, se metía en el agua y los bichos se iban nadando entre las olas. Julián cansado se sentó en la orilla y dijo: ¡Habían sido orientales las muy perras!». (Narrado por Héctor Bonino. Recopiló Graciela Sáez).

«El cencerro tenía un tañido espectacular, nunca visto, que se oía desde muy lejos. Don Julián había salido para La Pampa con un arreo. Tiempo después, una noche, la mujer de Don Julián le dice a la cocinera: «Demorá un poco la cena que se siente el cencerro, viene Julián». Como tardaba mucho se decidieron a comer sin él. Don Julián llegó con su tropilla de bayos una semana después». (Narrado por Héctor Bonino. Recopiló Graciela Sáez).

«Sí, ese cencerro se oía desde muy lejos. Un día los bayos fueron robados. Le cortaron la cogotera a la yegua madrina y el cencerro cayó al suelo. Pasaron como dos años y Don Julián mandó a colgar el cencerro en la punta de un árbol para no verlo más. Esa tarde se levantó tal viento que empezó a sonar el cencerro, como si estuviera en la cogotera de la yegua madrina. Entonces empezaron a llegar los caballos: Unos desbocados, otros atados a una chata con mujeres y niños arriba, otros atados a un arado con el paisano que araba atrás y por último uno con una muchacha con la mantilla puesta que volvía de misa. Solamente uno de los bayos no volvió. Julián siempre decía que seguro era porque había muerto». (Narrado por Héctor Bonino. Recopiló Graciela Sáez).

Tantos años después los narradores y mis familiares ya no están. Sobreviven en mi corazón. Y como el cencerro al que acuden los caballos, las historias de Julián Arcocha y de tantos paisanos se siguen oyendo en nuestro pago. ¡Anécdotas, historias y bolazos! Como decía un narrador, los cuentos populares ¡son verídicos! Son tan ciertos como los recuerdos.

 

Todas las imágenes pertenecen a las obras que Florencio Molina Campos realizó para los famosos calendarios de Alpargatas en los años 1931 a 1936 y 1940 a 1945.

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